¿Qué socio le conviene tener a mi empresa?

socio empresa

Es una obviedad pero a veces la gente lo olvida: No vale cualquier socio para cualquier empresa ni cualquier empresa para cualquier socio.
A la hora de pensar en la búsqueda de fondos para financiar el crecimiento el empresario hará bien formulándose estas preguntas:

  • ¿Cuáles son mis intereses como accionista?
  • ¿Cuáles son los intereses como accionista de un nuevo socio?
  • ¿Cuánto vale mi empresa?

Vamos a tratar de reflexionar acerca de cada una de las tres preguntas.

Mis intereses como accionista.

Las razones para emprender son muy diversas: Divertirse creando productos y vendiéndolos. Encontrar un medio para vivir. Convivir con personas interesantes. Crear empleo. Montar algo para la familia. Aprovechar el tiempo libre. Hacer fructificar algo que ya se tiene. Hacerse rico. Ayudar a alguien. Conseguir influencia y un largo etcétera de razones. Este es el primer paso: Saber porque me he decidido a ser empresario. Solo así podré fijar bien mis prioridades a la hora de buscar un socio financiador con el que me pueda entender.

Los intereses como accionista de un nuevo socio.

Hay que buscar una concordancia de fines y objetivos entre socios. De lo contrario la discrepancia acabará apareciendo aunque a veces lo haga de la forma menos esperada. La forma más habitual de manifestación de discrepancia suele ser el poder.
Nos estamos refiriendo al poder como autonomía para hacer algo, no solo a la capacidad de obligar a otros a que hagan cosas. Por poner un ejemplo, los empleados con la ley mercantil en la mano no tienen ningún poder sobre los accionistas, sin embargo en determinadas situaciones pueden llegar a tener mucho poder. Dirigir bien implica entender el peso de cada uno de estos poderes y buscar un equilibrio que tienda a ser estable. En la empresa familiar además, en las cuestiones relativas al poder hay que estar atento a un sutil juego de influencias derivadas de las relaciones intrafamiliares.
La clave al hablar de asuntos relacionados con el poder, estriba en conseguir su estabilidad. Un poder inestable condiciona seriamente la continuidad de la empresa.

La gestión de poder en la empresa puede llegar a ser muy compleja pero lo que interesa es ver si el poder actúa bien; es decir, si impulsa al negocio y defiende la continuidad de la empresa. Aquí deben considerarse aspectos como la configuración societaria, las personas, las sociedades y sus interrelaciones. Es muy importante considerar a los accionistas y su papel como propietarios o como inversores, pues ello condicionará su relación con el dinero y la iniciativa emprendedora.
A su vez, no es lo mismo contar con un bloque claro de accionistas que ostente la mayoría que tener que estar atento a un número elevado de minorías en equilibrio poco estable; como tampoco lo es tener unos accionistas con proyecto de futuro que tener accionistas “pasivos” a los que les interesa fundamentalmente el dividendo y la liquidez de las acciones, por no entrar en motivaciones menos racionales y más emocionales que puedan tener los accionistas, que por no ser racionales no quiere decir que no existan. Intentar dirigir una empresa sin tener en cuenta este tipo de consideraciones es orientarse hacia el fracaso.
Es importante distinguir con claridad qué pueden aportar los accionistas a la empresa. Unos podrán aportar visión de empresa, otros financiación, otros solo estarán interesados en su patrimonio. Cada uno desde su perspectiva y sus capacidades pueden ser un apoyo al desarrollo si se utilizan de forma adecuada y en el momento oportuno. Obviamente si el tempo no es el adecuado, es decir si la empresa no tiene los accionistas adecuados al momento que está viviendo, la mencionada estabilidad de poder puede verse afectada.

Valor como aproximación al precio.

Cuando alguien cree que sus acciones valen una determinada cantidad no puede dejarse llevar solo por sus impresiones. La reciente crisis inmobiliaria ha enseñado a muchos que no es cierto aquello que pensaban acerca de que los ladrillos nunca pierden valor. El actual precio de lo inmobiliario ha enseñado a muchos que el precio de los activos inmobiliarios está sujeto a volatilidad al igual que lo están otros activos financieros como pueden ser las acciones cotizadas. Algo parecido pasa con las empresas no cotizadas. Si uno tiene un paquete de acciones de una empresa no cotizada sin duda tendrá su propia apreciación de valor. Pero esta apreciación de valor conviene fundamentarla en las reglas habituales de los mercados y no en meras percepciones personales.
No es lo mismo un paquete minoritario de acciones que un paquete de control. El precio que uno puede esperar tampoco es el mismo en épocas de turbulencias y vacas flacas que en épocas de esplendor.
La valoración que hace el emprendedor de su empresa tiene un fuerte componente emocional. Este componente en reiteradas ocasiones frena operaciones de compra-venta. No hemos de poner precio a las acciones solo por emociones. En toda transacción se busca un equilibrio entre la disposición a pagar del comprador y el coste de oportunidad del vendedor. Hay que hacer todo lo posible para que las emociones -que siempre las habrá- enturbien lo menos posible la fijación de aquellos dos valores: coste de oportunidad del vendedor y disposición a pagar del comprador. De este modo sucederá que el mecanismo de fijación de precio de la acción se haga de la forma mas racional posible por el bien de todos los implicados y sobre todo por el bien de la empresa.

A veces desacuerdos en operaciones de transacción de acciones devienen en malestar accionarial que se traslada a los órganos de gestión de la empresa como ya hemos comentado al hablar del poder.

Hay tres maneras de evitar que los accionistas crean que poseen la luna, son: formación, formación y formación.

Josep Tàpies
Profesor del IESE
Titular de la cátedra de empresa familiar.

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